lunes, 27 de febrero de 2012

EL LIBRO OLVIDADO. CAPITULO IV. DEL PANTEISMO AL ATEISMO


Si la creencia en Dios ha sufrido un proceso tan profundo como trascendental, es obvio que su consolidación como verdad absoluta se ha arraigado, de forma considerable, en la humanidad. Las raíces de la configuración religiosa se hunden en los motivos psíquicos más ancestrales, desde que el hombre se consideró como materia pensante. Que lo que no fue sino un proceso de asimilación respecto al mundo hostil que rodeaba a nuestros antepasados, se transformó, a lo largo de la historia, en un bastión vital para la espiritualidad a la que aspiraba la arrogancia del hombre. No fue, sin embargo, una circunstancia aislada la que originó la aparición del Dios sobrenatural. Contrariamente a lo que se pudiera pensar, el origen fue bastante más complejo de lo que una estimación superficial podría desvelarnos. La religión se forjó gracias a un cúmulo de hechos que se sucedieron complementándose entre sí. La necesidad de comprender los fenómenos naturales, la ansiedad ante la soledad cósmica, la idealización de nuestras aspiraciones, la búsqueda de protección ante el desamparo, el deseo de justificar una trascendencia espiritual y otros factores fueron, sin lugar a dudas, los máximos componentes de la eclosión sobrenatural. El hombre no podía imaginar que sus elucubraciones serían los cimientos de una dialéctica religiosa de intocables valores dogmáticos. Es un hecho evidente que la creencia de Dios ha acompañado al ser humano en el curso de la historia, pero ¿es indispensable mantenerla?, ¿puede el hombre prescindir de la religión?. Como en todo evento, en donde su significado explícito se pierde en la memoria de los tiempos, es tarea extremadamente complicada pretender su radical desaparición. Freud escribía lo siguiente en “El porvenir de una ilusión”: “ En lo que disiento de usted es en la conclusión de que el hombre no puede prescindir del consuelo de la ilusión religiosa, sin la cual le sería imposible soportar el peso de la vida y las crueldades de la realidad. Conformes en cuanto al hombre a quien desde niño han instilado ustedes tan dulce –o agridulce- veneno. Pero ¿y el otro? ¿Y el educado en la abstinencia? No habiendo contraído la general neurosis religiosa, es muy posible que no precise tampoco de intoxicación alguna para adormecerla. Desde luego, su situación será más difícil. Tendrá que reconocer su impotencia y su infinita pequeñez y no podrá considerarse ya como el centro de la creación, ni creerse amorosamente guardado por una providencia bondadosa. Se hallará como el niño que ha abandonado el hogar paterno, en el cual se sentía dichoso y seguro. Pero ¿no es también cierto que el infantilismo ha de ser vencido y superado? El hombre no puede permanecer eternamente niño; tiene que salir algún día a la vida, a la dura “vida enemiga”. Esta sería la “educación para la realidad”. ¿Habré de decirle todavía que el único propósito del presente trabajo es señalar la necesidad de tal progreso?”. Se trata pues, de dejar el nirvana en donde nos hemos refugiado con nuestras divagaciones ilusorias y nuestros miedos. No se si el mundo cambiaría para bien o para mal, en caso de que abandonásemos las creencias religiosas. La religión actúa como mera simbología de la eterna lucha entre el bien y el mal. No ha impedido que los acontecimientos históricos fueran tal y como lo han sido. No ha servido de conductor a la moral y al comportamiento ético de la humanidad en cuanto advertencia dogmática. Y no ha sido el bálsamo de la resignación de los que perdieron en su momento su esperanza, no por lo menos de forma coherente y racional. No se trata, en todo caso, de atribuirles a los creyentes el error de la ilusión de la fe y estigmatizarles por ello. Cada hombre, cada idea y pensamiento tienen el lógico albedrío de la libertad de sus propios actos y deseos y, de ningún modo, se debe renunciar a lo que se cree con tal firmeza, pero en ese libre conocimiento debe estar presente cualquier razonamiento por muy contradictorio que nos parezca.

Si la creencia en Dios tuvo origen en los albores de la humanidad, el ateísmo y sus derivados filosóficos, surgen en el seno de una cultura mucho más enriquecida. Se puede afirmar que el ateísmo es consecuencia obvia del deísmo y, fundamentalmente, de la secularización de la cultura. El intervalo histórico de la Edad Media, junto a épocas anteriores, fue, sin duda, el mayor baluarte de la religión. Y será a partir del Renacimiento cuando se inicie el declive del cerco de la intolerancia religiosa. Factores culturales retrasaron posiblemente la aparición del ateísmo, aunque, bien es cierto, que el proceso se consolida a partir de una evolución del pensamiento en circunstancias de más libertad. La idea antropocentrista evita que los factores humanos se sacrifiquen a una trascendencia encaminada hacia el mantenimiento de los preceptos teocentristas. Es una actitud impulsada desde el Renacimiento y, concretamente, desde el seno del humanismo. El ateísmo tiene, por otra parte, una singular y estrecha relación con el Panteísmo. Se comenta, con demasiada frecuencia, que no ha existido ninguna cultura antigua que haya esbozado mínimamente formas de pensamiento ateas. No obstante, el panteísmo ha sido la puerta de entrada de otros conceptos que se alejan considerablemente de la idea tradicional de Dios. Al considerar a la naturaleza y al mundo como manifestaciones de una entidad creadora, se abre una nueva puerta a otras estimaciones menos ortodoxas. Algunas culturas antiguas, por ejemplo las célticas, hunden sus raíces místicas en la creencia de una madre naturaleza más que en el concepto de un dios omnipotente. El destino se formulaba dentro de una finalidad que hoy calificaríamos como meramente biológica. El hecho de que Dios no fuera sino la naturaleza, era un argumento que despersonificaba sensiblemente su imagen tradicional. De igual manera que existen múltiples formas de creer en Dios, y ahí están las numerosas religiones que intentan acceder a su conocimiento, también en el ateísmo se dan variantes formas de lo que podríamos llamar “la no-creencia en Dios”. El Agnosticismo no afirma la idea de Dios, considerando inaccesible al conocimiento humano tal concepto. Se reconoce de una manera evidente las limitaciones del hombre en cuanto se enfrenta a cuestiones tan profundamente trascendentales, configurándose como una forma de pensamiento empírico, es decir, lo que no se puede demostrar escapa al entendimiento humano. El Neopositivismo, iniciado en el Círculo de Viena y con antecedentes en la tradición empírica de Hume, tiene estrecha relación con el Agnosticismo, aunque afirma que el problema de la existencia de Dios no tiene valor alguno, despreciando de tal forma todo lo relacionado con la espiritualidad. Existen otras formas de ateísmo y casi todas tienen en común la supeditación de la realidad a hechos demostrables y prácticos. Se relacionan con la ciencia empírica de forma vitalista y es consecuencia del imperativo racional que propugna la utilidad de las ideas. Los creyentes tienen la idea incoherente de que la existencia del ateísmo es una pesada carga para sus conciencias, y que son, en todo caso, responsables del mismo por no haber sabido erradicar con su comportamiento y enseñanzas tales opiniones. Esta idea es expresada por el teólogo Josef Hromadka en su obra “Evangelio para los ateos”: “El ateísmo occidental tiene un carácter escéptico y negativo. Es expresión de la descomposición avanzada de la fe y de la seguridad espiritual. Es una huella de la decadencia de la ideología cristiana y de la unidad cultural que ella creaba. En parte es también un signo de la impotencia espiritual, que ha alcanzado su punto culminante en el existencialismo moderno –brillante en sus demostraciones intelectuales, poderoso resorte literario, pero interiormente descompuesto-. Y dejo aquí aparte el ateísmo engendrado en la ciencia moderna, que ha dado de lado absolutamente al concepto de Dios... la incredulidad puede ser fruto de nuestra falta de fe disimulada bajo el velo de la religión; el ateísmo del mundo es un reflejo del ateísmo de la Iglesia .” Hay que reconocer que los criterios argumentados por Josef Hromadka son evidentemente razonables y acertados, pero cargar las tintas en la incompetencia de los cristianos como detonante del ateísmo es, en todo caso, un porcentaje indeterminado de tales causas.
Lo que resulta incomprensible para los creyentes es que el ateísmo pueda ser un proceso reflexivo independiente de su falta de fe o de su incapacidad para convencer a los demás, transformándose en un síntoma de su propia decadencia y un deber imperioso de rectificación dogmática. El creyente se muestra solícito a la hora de prestar su ayuda al atormentado ateo, confundiendo su inseguridad existencial con la del que no cree en una fe, en todo caso, más ilusoria que real. A lo largo del tiempo se ha impregnado al ateo de ciertos adjetivos ciertamente ofensivos, tales como inseguro, equivocado, errado e incluso alejados de la moral. Se piensa, que la no creencia en Dios podría producir un caos en la normal convivencia de la humanidad. El concepto intocable de que Dios preserva la moral es el pilar básico de quienes piensan que, sin tal precepto, el mundo acabaría sus días en un final agónico e inmoral. Esto me parece una incoherencia total y absoluta, en el preciso instante que podemos argumentar que la religión ha sido responsable de algunos avances pero también de retrocesos perversos en la ética y el conocimiento. Luces y sombras de una cultura religiosa impulsora del arte y generadora de mártires para unos o de fanáticos para otros, y también causante de crímenes e injusticias. Si no existiera un protector divino de las leyes morales, sería la civilización quien se ocuparía de hacerlas respetar. Es la civilización la que protegió en su seno a las leyes morales, puesto que ambas eran condicionantes mutuas, además de que las normas más elementales de la moral natural deben ser forzosamente cumplidas como forma de mantener una estabilidad ética. En culturas aisladas de la civilización ya existen normas primigenias de comportamiento moral, estén o no sostenidas por creencias espirituales. Partimos de la moral natural para evolucionar hacia un comportamiento más comprometedor y elevado. Resulta sencillamente hipócrita y desfasada la frase de Horkheimer que decía: “La política que no involucra, aunque sea indirectamente, a la teología, será en última instancia un negocio, pese a su habilidad”. Las creencias religiosas no tienen por qué ser condicionantes inmutables de la solidaridad, aunque bien es cierto que las mismas deberían de ser practicadas con todas sus consecuencias. Se ha acatado la religión como una rutina costumbrista que sólo obliga a escasos compromisos, además de que los que se mantienen son, a todas luces, inocuos y que, como consecuencia de ello, no exigen sacrificio alguno. Es por eso por lo que la religión se ha mantenido hasta nuestros días, no como una forma de vida, sino como una simple manera adicional de constatar día a día los elementos que mantienen la puerilidad cotidiana. Acudir al ritual se ha convertido en la mínima, y por otra parte suficiente, expresión de la vida religiosa. La historia del hombre ha sido un proceso de violencia. Hemos sufrido numerosas guerras e injusticias que han bañado a la humanidad de sangre, horror y, sobre todo, vergüenza. Y esa aparente civilización destructora ha sido tradicionalmente creyente. ¿Dónde, pues, estaba ese temor a Dios, que pudiera servir de freno a los desmanes de la humanidad?, ¿en qué lugar de nuestra más profunda hipocresía habíamos arrojado la moral religiosa? y ¿cómo se podía creer en un Dios representante del bien, si nosotros actuábamos del lado contrario?. Naturalmente, todas estas preguntas carecen de sentido si los que promulgan una determinada creencia son los impulsores de tremendas y duras injusticias, basadas en la interpretación dogmática que se hace de su religión.


martes, 21 de febrero de 2012

CONAN VS CONAN


Estoy convencido de adivinar las intenciones de Marcus Nispel cuando se hizo cargo del rodaje de la nueva versión de "Conan, el bárbaro", aunque dados sus antecedentes, sobre todo con la absolutamente mediocre "El guía del desfiladero", no se podía esperar un milagro. Pero seguro que su intención era realizar una película correcta y entretenida. Lo que no imaginaba el director de origen alemán es que, para lo único que serviría su adaptación del personaje de Robert E. Howard, es para valorar aún más la versión de John Milius del año 1982.

La película del 2011 comienza influenciada de forma descarada por "El señor de los anillos", sustituyendo el preciado tesoro del Golum por una especie de máscara, dividida en varios fragmentos y que alguien con deseo de poder quiere volver a unir. Después, observamos el nacimiento de Conan en el campo de batalla, su juventud y adiestramiento por parte de su padre, un Ron Perlman que es lo mejor de la película (a este actor ya le es suficiente con su presencia en la pantalla para llenarla absolutamente). Este primer acto termina con la invasión del poblado cimmerio, su destrucción y la muerte del padre. Es lo mejor de la película, pero no resiste la comparación con la versión del 82. Nada más empezar se nos ofrece una cita de Nietzsche, "Lo que no me mata, me hace más fuerte" y a continuación entra la poderosa música de Basil Poledouris, una de las más bella partituras de la historia del cine en general y del género de aventuras en particular. A su lado la composición de Tyler Bates es mero ruido de fondo. No es fácil superar ese arranque. El guión y los diálogos de film de Nispel son absolutamente planos, sin un ápice de inspiración. Y es que el film de Milius nos regala la primera parrafada mítica por parte del padre de Conan (William Smith, el mítico Falconetti de "Hombre rico, hombre pobre"):

"Antes, los gigantes vivían en la tierra y, en la oscuridad del caos, engañaron a Crom y le arrebataron el enigma del acero. Crom se irritó y la tierra tembló. El fuego y el viento derribaron a aquellos gigantes y arrojaron sus cuerpos a las aguas. Pero en su ira, los dioses olvidaron el secreto del acero y lo dejaron en el campo de batalla. Nosotros lo encontramos. Sólo somos hombres. Ni dioses ni gigantes, solo hombres. Y el secreto del acero siempre ha llevado consigo un misterio. Tienes que comprender su valía, tienes que aprender su disciplina. Porque en nadie, en nadie de este mundo puedes confiar. Ni en un hombre, ni en una mujer, ni en un animal. En esto -alza su espada- sí puedes confiar."

El asalto al poblado es magnífico, la música resuena cual opera wagneriana entre la nieve y la sangre. La espada y la épica se respiran, mientras los perros de la guerra atacan sin piedad al padre de Conan. No hay diálogos, ni una sola palabra. Aparece el malo en acción, grande James Earl Jones, y nos regala una de las escenas míticas por excelencia del film. Mira con misericordia y arrogancia a la madre de nuestro héroe, una bellísima Nadiuska, y la decapita en un movimiento que se detiene en el tiempo. Una muerte hermosa, poética que no necesita palabras.

Poco importa si la adaptación de Milius es poco fiel al personaje original, porque su intención es contar una aventura épica con toda la carga de profundidad a las que suele dotar a sus historias, ya sea en la faceta de guionista o a la de director. Toda esa obcecación por el poder de la voluntad, sobre el hombre superior, que ya le obsesionaba desde los tiempos de "Apocalypse Now", está aquí presente y eso enriquece lo que podría haber sido un film de aventuras sin más pretensiones, en la línea de "El señor de las bestias". Lo que sigue a continuación en el film del 2011 es pura nadería con un Conan, Jason Momoa, que da el tipo en el físico, pero al que una ameba ha debido escribir sus escasas frases. No es que Arnold Schwarzenegger recitara precisamente a Shakespeare, pero las pocas oportunidades que tiene la expresa con criterio y lógica. Basta recordad aquello de "Crom, jamás te había rezado antes, no sirvo para ello, nadie, ni siquiera tú recordarás si fuimos hombres buenos o malos, por qué luchamos o por qué morimos, no, lo único que importa es que dos se enfrentan a muchos, eso es lo que importa, el valor te agrada Crom, concédeme pues una petición, concédeme la venganza, y si no me escuchas ¡vete al infierno! ". En la versión de Nispel no hay ni una sola linea de diálogo aceptable y su Conan parece pronunciar sus palabras arrastrándolas o mascullandolas, algo así como hacía el Apá Oso de los dibujos de Hanna-Barbera. No obstante hay que destacar algo bueno de esta nueva versión, que no es otra cosa que la lucha contra los guerreros de tierra, que evoca ligeramente aquellos célebres esqueletos de "Jason y los Argonautas", aunque esa especie de monstruo acuático con tentáculos, y a pesar de los adelantos en efectos especiales, pierde ante la serpiente más artesanal de la versión de Milius.

En esta última entrega los secundarios son meros figurantes, sin personalidad, muy lejos de aquel amigo fiel de Conan, el simpático Subotai (Gerry López), el brujo que ejerce de narrador (Mako) o la valiente guerrera Valeria (Sandahl Bergman), que supera en erotismo a la muy modosita Rachel Nichols que tarda una eternidad en mostrar su atractivo. En cuanto al malo de la función del 2011, Stephen Lang, no aporta demasiado y sus palabras son también el fruto de un guión rudimentario. No es comparable al magnetismo del villano del film de Milius, Thulsa Doom (James Earl Jones), y su reflexión sobre el enigma del acero frente al poder de la mente:
"Sí, tú sabes lo que es verdad muchacho. ¿Te lo digo? Es lo menos que puedo hacer. El acero no es fuerte muchacho, la carne es más fuerte. Anda mira, allá, en las rocas, esa hermosa muchacha… ven a mi muchacha, ven (la muchacha se suicida lanzándose al vacío) ¡Esto es fuerza muchacho, esto es poder! La fuerza y el poder de la carne. ¿Qué es el acero comparado con la mano que lo maneja? Fíjate en la fuerza de tu cuerpo, el deseo de tu corazón. ¡Eso es lo que te doy! Qué lástima. Contempla esto en el árbol del infortunio. Crucificadle."

Por su banda sonora soberbia, por su interesante reflexión sobre la voluntad de poder de la mano de Milius y Oliver Stone, por Arnold, James Earl Jones, Nadiuska, Max Von Sydow, William Smith, Jack Taylor, incluso por Jorge Sanz, porque aquel año no hubo nieve y tuvieron que fabricarla artificialmente, por la bella fotografía de Duke Callaghan y por rodarse en España, por todo eso merece la pena deleitarse viendo "Conan, el bárbaro", cosecha del 82.



miércoles, 15 de febrero de 2012

EL FINAL DE BRUBAKER


Stuart Rosenberg dirigió "Brubaker" en 1980, pero ya había demostrado su habilidad, dentro del género carcelario, en la espléndida "La leyenda del indomable", conocida sobre todo por la famosa apuesta de los huevos duros. No deja de ser curioso que ambas propuestas fueran protagonizadas por Paul Newman y Robert Redford respectivamente, o lo que es lo mismo "Dos hombres y un destino" entre rejas, pero cada uno a un lado distinto de ellas. Lógicamente el preso indomable sería Newman, con ese aire de rebelde inconformista. Redford parece más formal, toda una suerte de chico bueno y progresista al que le va que ni pintado el papel de Brubaker. En esta película nuestro protagonista aparece como un preso recién ingresado en la penitenciaria de Wakefield, al sur de los Estados Unidos. Allí observará la vida cotidiana y descubrirá las terribles condiciones de sus habitantes. Sometidos prácticamente a la esclavitud, son ofrecidos como mano de obra gratuita a los empresarios del lugar, a cambio del correspondiente soborno al alcaide de turno. Las instalaciones son ruinosas y la comida sencillamente repugnante. Incluso el médico atiende solamente a aquellos que les pueden pagar. Los presos de confianza, armados y privilegiados, imponen su ley con violencia desmedida. En una situación crítica Brubaker se identifica como el nuevo alcaide de Wakefield y pone patas arriba la penitenciaria.


Esta historia está basada en hechos reales protagonizados por Thomas Murtom, el alcaide de la prisión de Arkansas en donde destapó todo un cúmulo de corruptelas, malos tratos y condiciones infrahumanas. Las autoridades le dejaron realizar su trabajo de mala gana, hasta que desenterró cuatro restos óseos en un campo anexo a la penitenciaria, que se supone pertenecían a reos asesinados. Su insistencia y sacar a la luz pública todo este enorme cubo de basura hizo que fuera despedido fulminantemente.


Se podría decir que la película se divide en dos partes bien diferenciadas. En la primera, el personaje de Brubaker se hace pasar por preso, se dedica a observar todo lo que le rodea, apenas articula una palabra y solo su mirada es suficiente para comprobar la mezcla de asombro y indignación que le produce contemplar la miseria que rodea las mugrientas paredes de la penitenciaria. En la segunda parte, ya desvelada su verdadera identidad, se plantea el intento de reformar toda aquella infamia humana por la dignidad que toda persona tiene derecho a poseer. Pero su lucha no es solo contra los internos de la prisión, sino contra los poderes fácticos que ven con muy malos ojos que trate de abolir una esclavitud que le provee de mano de obra gratuita. La prisión no cuesta un centavo al estado porque se abastece de sus propios cultivos y ganadería, además de realizar trabajos para la comunidad. Pero su alcaide y los presos de confianza, ha sometido a un trato vejatorio a los habitantes de Wakelfied. Naturalmente, y como no podía ser de otra manera, nuestro protagonista fracasa, sus buenas intenciones progresistas son frenadas por los que quieren mantener un inmovilismo al que se califica ya de tradicional. En la mejor escena de la película, uno de los pocos presos de confianza con cierta honestidad, Yaphet Kotto, y que no creía en lo que estaba realizando tan atrevido personaje, despide a Brubaker mientras escucha el discurso del nuevo alcaide, toda una declaración de intenciones de vuelta atrás, de miseria y látigo. Le dice las siguientes escuetas y significativas palabras, "Usted tenía razón" y a continuación pasa a aplaudir al hombre honesto que representa el personaje interpretado por Redford. Los demás presos rompen filas, haciendo caso omiso del arcaico mensaje del nuevo títere del estado, y aplauden juntos en un final emotivo que siempre me emociona.




viernes, 10 de febrero de 2012

LA GRANDEUR DE LA FRANCE


En la espléndida "El tren" de John Frankenheimer, durante la ocupación alemana, un funcionario de ferrocarriles, Burt Lancaster, intenta convencer a un maquinista, Michel Simon, de que sabotee un tren en donde los alemanes pretender transportar obras maestras de la pintura, expoliadas de los museos franceses. El maquinista argumenta que le trae sin cuidado el destino de unos cuadros que le causan indiferencia. Pero, cuando el personaje interpretado por Lancaster apela a "La grandeur" (La grandeza), al pasivo Michel Simon se le ilumina el rostro y susurra esas mismas palabras como quien recita un hechizo de singular poder. Para él ya no hay duda y pondrá su vida en juego ante el sublime concepto de una grandeza que parecía dormida.
En la segunda guerra mundial, el 24 de agosto de 1944, el primer blindado que toma las calles de París para su liberación llevaba el nombre de "Guadalajara" y se situaba al frente de la conocida "novena", compañía encuadrada en la Segunda División Acorazada de Leclerc. Formada por republicanos españoles que habían combatido en la Guerra civil, eran conocidos por su valentía y arrojo, siendo elegidos para la liberación de París y participando en numerosas escaramuzas militares. Tras su triunfal entrada por las calles parisinas, fueron vitoreados por la población, aunque a muchos les pareciera una nimiedad que fueran de una nacionalidad distinta a la francesa. Una mujer se abraza a uno de los combatientes españoles y comenta que "es una alegría y honor abrazar al primer francés que libera su ciudad". En un principio, De Gaulle y los aliados, rinden honores a los españoles, pero días después la foto de blindado "Guadalajara" se sustituye sibilinamente por otro con nombre francés, el tanque "Romilly". De Gaulle pronunciará un discurso en el Ayuntamiento que pasará a la historia... que pasará a la historia como muestra inequívoca del chovinismo más descarado: "París liberada, liberada por ella misma, liberada por su pueblo, con la participación de los ejércitos de Francia, con el apoyo y la participación de toda Francia. Es decir, de la Francia que lucha, de la única Francia, de la verdadera Francia, de la Francia eterna". ¿Qué fue de los aliados caídos en Normandia?. De sobras es conocida la respuesta, pero ¿qué fue de la "novena" compañía española?. Cuarenta muertos y más de cien heridos fue el balance de este grupo de hombres que llegaron hasta el mismísimo Nido del Águila de Hitler.
Hace tiempo que quería dedicar una entrada a este capítulo sobre aquella gesta histórica de la segunda guerra mundial, en parte como homenaje a unos hombres que los vientos de la memoria no han conseguido borrar.
Los últimos acontecimientos me viene como anillo al dedo para hablar hoy de semejantes hechos. Todos estamos enterados del drama deportivo de Alberto Contador, acusado y sentenciado por supuesto dopaje, pero, lo que ahora colma el vaso de la paciencia, toma forma en los conocidos guiñoles del canal+ francés, que han hecho campaña en contra de los deportistas españoles acusándoles a todos ellos de trampas y de competir absolutamente dopados. Con el lema "Los deportistas españoles no ganan por una cuestión de suerte", nos presentan a Nadal, Casillas, Gasol y otros, acompañados de sus inseparables jeringuillas con las que se ayudan para alcanzar su éxito. En el humor casi todo vale, pero esto va más allá de una simple broma, es la insinuación palpable de algo mucho más grave y la constatación de quienes sienten algo más que el fracaso de sus aspiraciones deportivas. Francia, tan pagada de si misma, tan imbuida de esa "grandeur", esparce la difamación más gratuita como justificación de su impotencia. Algunos pensarán que esta entrada está cogida por los pelos y que se podría aplicar aquello de "Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid". No digo que no, y quizás no debemos darle demasiada importancia, tal vez la única intención de nuestros vecinos sea la de limpiar el buen nombre del deporte, igual que su amabilidad, más que demostrada, en descargarnos los camiones de fruta en la frontera. Qu'ils ont un bon jour.



sábado, 4 de febrero de 2012

CARTELES RETRO IMPOSIBLES

Circula por la red una serie de carteles de cine con un aire retro y con un reparto de lo más curioso. Películas que pudieron ser y no fueron, algunas con repartos acertados y otros más que cuestionables. ¿John Wayne como Superman?, ¿Leonard Nimoy como John McClane?. Lógicos o no, lo cierto es que son magníficos y muy bien trabajados.









miércoles, 1 de febrero de 2012

EL LIBRO OLVIDADO. CAPITULO III. EL SENTIDO POLITICO DEL DIOS BIBLICO


No hay nada más peculiar que el Dios de la Biblia. Siendo como es, uno de los libros más relevantes que jamas se hallan escrito, resulta ciertamente pintoresca la imagen de un dios creado a imagen y semejanza de quienes relataron sus hechos. La humanidad con la que se ha investido al Dios bíblico eclipsa su naturaleza divina, en tanto vive, ayuda y aniquila con los rasgos de un guerrero duro y cruel, pero comprensivo con los suyos, capaz de pedir los mayores sacrificios dignos de una mente maquiavélica. Es especialmente revelador observar como Dios se transforma según las necesidades de la época. En el Antiguo Testamento se encuentran las claves para comprender las aspiraciones terrenales y políticas del pueblo elegido, que son avaladas hasta el paroxismo por la omnipotencia divina. Este proceso de simbiosis entre política y religión manipula los hechos hasta convertirlos en pruebas de fe de una espiritualidad con aspiraciones de poder. Observamos que en el Dios del Nuevo Testamento se introducen rasgos personales dispares, haciendo surgir la idea de que se trata de dos entes absolutamente distintos y casi opuestos. Mientras el Dios del Antiguo Testamento es cruel y vengativo, el del Nuevo Testamento es misericordioso y comprensivo. El primero es el protagonista indiscutible y en el Nuevo es absorbido por el personaje de Jesucristo, más cercano al hombre. Claro es que, desde un punto de vista teológico, Cristo era Dios. Lo importante es que en el Nuevo Testamento los rasgos divinos merman en beneficio de los humanos. Podemos pensar que, de una forma natural, Dios evolucionó en su personalidad debido al devenir de los tiempos, y que su forma de proceder acabó en el preciso instante en que alguien actuó al margen de un guión ya escrito de antemano. Es evidente que no podemos hacer una disertación, sobre el terreno, de la realidad al juzgar las acciones de un hipotético Dios, cuando dudamos de la veracidad de unos hechos como mínimo confusos. Desde una perspectiva ortodoxa hasta la extenuación, se deben aceptar todos los acontecimientos bíblicos como revelaciones de Dios, ya que de lo contrario se estaría dudando de los dogmas sagrados de los escritos religiosos. Sin embargo, desde un punto de vista más lógico y racional, si es que esto es posible cuando hablamos de religión, los episodios narrados en el Libro Sagrado se pueden interpretar como símbolos o como testimonios desfigurados de la realidad vigente de la época. Es decir, existen unos hechos que se interpretan de una forma acorde con unas posibilidades narrativas condicionadas por la historia y, por lo tanto, nos han llegado desfiguradas por la óptica del narrador. Para Nietzsche la transformación del Dios bíblico se debe a la decadencia del mismo: “Sin embargo, cuando un pueblo decae, cuando ve que se apaga definitivamente su fe en el futuro y su esperanza en la libertad; cuando le parece que no hay nada más útil que la sumisión y que las virtudes de los sumisos constituyen un requisito para la conservación, entonces también su Dios se ha de transformar: se vuelve mojigato, temeroso, humilde, predica la “paz interior”, el fin de todo odio, el perdón e incluso el “amor” al enemigo. Ese Dios no hace otra cosa que moralizar, se desliza furtivamente en la madriguera de toda virtud privada, se convierte en el Dios de todos, se torna un individuo privado, un cosmopolita. Antaño era la representación de un pueblo, la fortaleza de un pueblo, todas las tendencias agresivas y el ansia de poder surgidas del alma de un pueblo. Ahora ya no es más que un Dios bondadoso. Realmente los dioses no tienen más alternativa que esta: o son la voluntad de poder y, en este sentido, serán dioses de un pueblo, o por el contrario, son pura impotencia, y entonces se volverán buenos por necesidad.” Creo que no hay ninguna objeción tras las clarividentes palabras del filósofo alemán. Si Dios es el ideal de las aspiraciones humanas, según sean estas, así será el carácter de la entidad divina. Como prueba de ello, debemos esquematizar en breve la historia del Dios de la Biblia. En un primer momento nos encontramos con un pueblo elegido que busca fervorosamente la “tierra prometida”. Como se trata de una aspiración puramente territorial, se nos presenta a un Dios-caudillo que pretende imponerse ante todos, aunque para ello tenga que emplear la violencia más devastadora. Estamos ante el Dios terrible del Antiguo Testamento. A continuación, en un proceso de reforma, comienza la hora del cristianismo con la aparición del Mesías. Se inician los primeros balbuceos de un nuevo movimiento religioso que se irán fortaleciendo con el paso del tiempo. Los cristianos abogan por la actitud pacífica y el amor al prójimo y, en virtud de ello, la figura de la clemencia se agudiza. El cristianismo sufre la persecución y el martirio y Dios pasa a ser la imagen del hombre perseguido y, por ello, ofrece como únicas armas la misericordia y la compasión, que lo configurarán como una deidad bondadosa o, como calificaría Nietzsche, decadente. En el año 313 Constantino dará carta blanca a los cristianos y dejan de ser perseguidos. A partir de ahora serán perseguidores. En 1.232 Gregorio IX redacta la encíclica “Ille Humani Generis” en la que se dará forma y cuerpo a una institución que posiblemente comenzara su andadura algunos años antes, concretamente en 1.208 con la organización de la cruzada contra los cátaros, ordenada por Inocencio III. Me refiero a la institución del Santo Oficio o Tribunal de la Inquisición. Vuelve, pues, el Dios tiránico del Antiguo Testamento. Se malinterpreta, se manipula y se utiliza con total impunidad el mensaje de Cristo. La Iglesia, representante de Dios, está ahora en el poder y la imagen que se tiene de Él es ahora la del intolerante. Afortunadamente los tiempos cambian, y aunque los representantes de ese Dios continúan siendo un poder concreto y muy terrenal, han moderado ciertamente su capacidad de intervencionismo en la sociedad. Siguen siendo desde luego un innecesario eslabón entre el hombre y la espiritualidad, que siempre debió ser un acto libre y personal. Esto en lo que se refiere a la religión católica, pues otra cosa muy distinta es la influencia asfixiante que, por ejemplo, el Islam ejerce con una actitud realmente peligrosa e impropia de los nuevos tiempos.
El monoteísmo ha desplazado al politeísmo de manera ostensible. Lo que, a simple vista, podría parecer lógico es bastante discutible en cuanto analicemos los puntos vitales de la creencia en un solo dios. Es, como mínimo, discutible que desde un punto de vista incrédulo hacia la idea de que exista un dios, pueda defender que, de existir tal divinidad, no tendría razón de ser que fuera único. Si existen unas causas creadoras que han originado a un ente divino, esas mismas causas podrán crear, de igual modo, otros dioses. Algún teólogo podrá decir: ¡Es que Dios es increado!. Supongamos tal apreciación y que, en efecto, es de esa naturaleza. Esto facilita, en mayor medida, las cosas. De igual modo que existe un dios increado, pueden existir también un numero indeterminado de entes divinos de la misma naturaleza. Ello no significa que pueda existir toda una legión de dioses, sino un número acorde con las posibilidades de unas causa creadoras excepcionales. De todas formas, no puedo evitar pensar que tanto una como otra posibilidad son, en todo caso, incoherentes desde el punto de vista de la razón lógica. A pesar de todo, debemos reconocer que los planteamientos del monoteísmo son realmente brillantes. En efecto, el monoteísmo ha dado mayor importancia al hombre, al convertirse éste en un elegido de un único Dios. Además, Dios es Dios en cuanto es uno. El conceder todos los atributos del poder universal a un único Dios da mayor importancia a un pueblo, que a otro que necesita a varios para ejercer las mismas funciones. Por eso los dioses romanos sucumbieron ante el Dios cristiano. Un Dios único es omnipotente porque, de hecho, es la unificación de la voluntad absoluta y, por lo tanto, no admite a su sombra a ninguna entidad semejante. El politeísmo diluye ostensiblemente el poder en varias direcciones. Quizás los dioses del politeísmo se acerquen más a la concepción de suprahumanidad en el punto Omega propugnada por Theilhard de Chardin. De ahí que un único Dios tenga mayor poder e importancia que una multitud de entidades divinas. Y de ahí también que el monoteísmo haya logrado mayor índice maquiavélico en la manipulación de las masas. Sigmund Freud, analizando el origen de las religiones, llega al siguiente planteamiento: “El psicoanálisis nos ha descubierto una íntima conexión entre el complejo de padre y la creencia en Dios, y nos ha demostrado que el Dios personal no es, psicológicamente, sino la superación del padre... La religiosidad se refiere, biológicamente, a la impotencia y a la necesidad de protección del niño durante largos años”. Una multitud de dioses no podría ejercer la misma influencia paternalista que una sola divinidad. El apego al líder, el seguimiento al caudillo como unidad carismática es algo que seduce hasta el paroxismo a las masas. El desamparo infantil es, en escala superior, el desamparo de la humanidad ante lo misterioso e inescrutable de su propia existencia. El hombre frente a la soledad cósmica y la impotencia de sus limitaciones. Y este sentimiento nostálgico que busca afecto tiene su más seguro refugio en un Dios único y protector. Por esta causa, el hombre acude a Dios cuando se haya ante el desamparo y la debilidad que origina cualquier problema vital, es la superstición máxima de nuestras más suprasensibles necesidades y aspiraciones, el mago milagrero que resolverá lo imposible.