viernes, 18 de marzo de 2016

EL SENTIDO DEL HUMOR DE LOS AGUJEROS NEGROS

Los hombres somos muy de mirar al suelo, nos centramos en la mayoría de las ocasiones en el aquí y el ahora, andamos atareados en temas tan rutinarios como el de vivir día a día, con nuestras miserias y pasiones, con nuestros vicios y virtudes. Somos, en momentos, tan simples emocionalmente que estamos dispuestos a matarnos unos a otros con tal de no esforzarnos en ceder, en cambiar, en suma, en aplicar una mínima dosis de generosidad al prójimo. Sobrevivimos a ras de tierra, la cual regamos con la sangre de nuestros hermanos, a los que hemos convertido en diferentes, por el simple hecho de establecer matices o minucias que los aparten como renegados de un código único de superioridad. Hemos construido fronteras, como si este trozo de materia a la deriva nos perteneciera, como si de algún modo alguien nos hubiera concedido un título de propiedad exclusiva al que nos aferramos como si no existiera un final. Por eso, cuando levantamos nuestra mirada al cielo no crea un complejo de inferioridad, quedamos en evidencia hasta tal punto, que encubrimos nuestra pequeñez con falsas pretensiones de elegidos por un Olimpo de dioses hechos a nuestra imagen y semejanza. Pero el Universo se ríe a carcajadas y se aprovecha de su descomunal naturaleza preñada de misterios y enigmas sin descifrar. Sin embargo, existen muchos que han utilizado el arte de la complacencia, un curioso sentido de la vida, no exento de humor, que les permite disfrutar de este tránsito. A veces es suficiente con un atardecer o con una leve brisa para experimentar el placer de estar vivos. Puede resultar algo insignificante, pero no debemos restar ningún mérito a quien es capaz de conseguirlo, es su forma de resistencia a cierto fatalismo que nos ha imbuido desde que comenzamos a hacernos preguntas. Al fin y al cabo debemos ajustarnos a ese difícil equilibrio entre la tierra y el cielo, saborear cada instante, no como un insignificante impulso vital perdido en el tiempo y el espacio, sino como un regalo de singular importancia. En ocasiones sería hasta recomendable no ser demasiado conscientes de ser náufragos de la inmensidad y disfrutar de lo terrenal, porque si nos empachamos de trascendencia cósmica nos perderemos en un mar metafísico o, lo que es lo mismo, un callejón sin salida.
El Universo se aprovecha de su grandeza, nos apabulla hasta tal extremo que, cuando lo miramos, estamos observando algo que ya ni existe. Dicen que la luz de la estrellas que nos deleita es un fulgor de un cuerpo celeste que murió hace mucho tiempo, es como si nos asomásemos a un enorme cementerio estelar. Los científicos, siempre insaciables, nos bombardean con teorías, algunas algo estrafalarias, otras demasiado complejas y casi siempre fuera del alcance del común de los mortales. No obstante, de vez en cuando, nos sorprenden con algo realmente llamativo, casi divertido diría yo, y eso no es desde luego algo que debemos pasar por alto. Circula ahora una curiosa teoría sobre los agujeros negros. Siempre se pensó que los mismos destruían todo lo que se atrevía a cruzar sus fronteras, que introducirse dentro de uno de ellos era sinónimo de muerte. Sin embargo, ahora circula una idea curiosa que defiende la idea de que cualquier cosa que llegue a un agujero negro será duplicada como un holograma. Esto quiere decir que, si la Tierra sufriera esa singular distorsión de la realidad, se obtendría una copia idéntica de nosotros mismos.
Así que podría ser posible que esto ya hubiera sucedido y usted ya no fuera nada más que una copia de otro igual. Las mentes inquietas nunca paran y siempre están dispuestas a fastidiarnos en lo posible y, en el asunto que nos ocupa, ya hay voces que manifiestan que el resultado sería una copia de inferior calidad. Eso explicaría muchas cosas, de por qué la humanidad contiene tantos individuos estúpidos, tantas cabezas pensantes que rozan el ridículo. Es posible que seamos el reflejo de unas criaturas más perfectas, somos como utilitarios baratos que pretenden ser deportivos de alta gama, lo que explicaría las guerras, las crisis económicas y las abusivas comisiones bancarias. Es una broma, un chiste de la cosmología, jugar a que es un niño que quiere imitar objetos utilizando plastilina. Si esto nos hubiera pasado a nosotros, a buen seguro que nuestro particular agujero negro sería un chapuzas que nos ha dejado como una imitación deficiente y chusca. A partir de ahora, cuando me mire al espejo, pensaré que un ser como yo vaga en el espacio, mucho más guapo, que no tiene el pelo blanco, ni necesita gafas, que es capaz de hacer él sólo la declaración de la renta y que, encima, es aficionado de un equipo de fútbol que siempre gana sus partidos. Esto no es nuevo,  ya existía en  la filosofía de Platón, con aquella copia divina de Dios, el Demiurgo, que creaba muestras fallidas que quería  imitar la perfección. Esta especie de artesano de buenas intenciones que no soportaba el caos, aplicó a los hombres pasiones desenfrenadas, por lo que algunas corrientes filosóficas pensaron que el Demiurgo era una identidad con malas intenciones, un malo de película.
Supongo que, como persona de buena fe que soy,  todo esto tendrá una base más o menos sólida y que no sea el divagar de una mente aburrida frente a una pizarra vacía. Porque no está mal para una tarde de domingo el hacer dudar a la humanidad de su propia identidad, aunque, en esto de teorizar, hay mucho por desgranar e ideas insólitas hay para todos los gustos, tantas como herejías en la Edad Media. Al fin y al cabo para que preocuparse si la Tierra ha pasado o pasará por el aro de un agujero negro malintencionado, si resulta que las teorías del Biocentrismo colocan al Cosmos en una situación de inferioridad intelectual respecto a la vida. Porque, ésta última hipótesis, defiende que la vida creó el Universo y no al revés, incluso que la muerte es una ilusión que se nos ha enseñado desde que nacemos. Nuestra propia conciencia está capacitada para alterar la interpretación de la realidad, una realidad en el el que el tiempo y el espacio no existen de forma independiente, sino que están supeditados al punto de vista de quien los percibe. En otras palabras, que usted y todos nosotros vivimos en un mundo que hemos imaginado así, que podemos alterarlo a nuestro antojo y que, desde luego, la creencia en la muerte es una ilusión porque mantenemos el delirio de que poseemos un cuerpo biológico mortal, pero todo no es más que fruto del poder vital de la existencia. Si nos ponemos en plan cinéfilo diríamos que, después de todo, vivimos en Matrix o mejor aún, que Calderón tenía toda la razón del mundo cuando decía aquello de "¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son."
Pues eso, no les den más vueltas al asunto, y piensen que van a comer mañana, si irán al cine o al fútbol, si tendrán que llevar paraguas o si llegarán a final de mes con su castigada y amputada nómina. Buenas noches y hasta mañana... si el agujero negro quiere.

martes, 8 de marzo de 2016

LAS FORTY ELEPHANTS, LA BANDA DE LAS 40 LADRONAS

Aunque tradicionalmente se piensa que el crimen organizado es cosa de hombres, quizás por el sentido misógino de la historia, lo cierto es que una de las primeras bandas criminales de la historia estaba formada por representantes del sexo débil, otra forma definitoria evidentemente torticera. Aunque oficialmente su andadura comenzó a finales del siglo XIX, hay quien piensa que probablemente su inicio tuviera lugar durante el XVIII, llegando incluso hasta la década de 1920. En su origen actuaron junto a una banda formada por hombres, pero pronto alcanzaron su condición de independientes.
Tomaron el nombre de Forty Elephants Gang porque su centro neurálgico se situaba en el distrito londinense de Southwark, donde se encontraba un cruce de camino con ese nombre. Estaba formada por unas 40 mujeres atractivas y bien vestidas, algo que no es casualidad pues correspondía a una apariencia buscada. Utilizando falsas referencias entraban a trabajar como empleadas del hogar, amas de llaves y otras actividades similares, en lugares declarados como objetivos que desvalijaban en la primera ocasión. También robaban en tiendas, escondiendo la mercancía entre sus vestidos, preparados para la ocasión con bolsillos ocultos y otros dispositivos que disimularan lo sustraído. Otra de sus especialidades era seducir a hombres casados para luego chantajearlos. Su máxima prioridad, una vez cometido el hecho delictivo, era quitarse de encima los objetos robados lo más rápido posible, utilizando conductores que se hacían con los mismos o enterrándolos para  hacerse con ellos más tarde, una vez se hubiera enfriado el asunto en cuestión. Lo importante es que jamás debían pillarte con nada encima. Cuando actuaban en algún negocio iban en grupo, dispersándose rápidamente en distintas direcciones, lo que unido al hecho del recato de la época que consideraba de mal gusto registrar a una dama, les dificultaba a la policía su trabajo.
Alice Diamond
Como toda banda que se precie, las Forty Elephants, tenía una líder indiscutible, una madrina inteligente y astuta que las dirigía de forma férrea y disciplinada. Esa no era otra que Alice Diamond, apellidada de tal forma por llevar los dedos con anillos de diamantes. No debemos pensar que por ser una banda organizada de mujeres se renunciaba a la violencia, o se ejercía con guante de terciopelo. Nada más lejos, imponían, y no podía ser de otra manera, su respeto utilizando cualquier tipo de coacción. A las bandas rivales que se atrevieran a trabajar en su territorio se les exigía un porcentaje de las ganancias, cuando no recibían directamente una soberana paliza. Las chicas de Alice vendían rápidamente la mercancía en tiendas de empeño y fundían el dinero de forma rápida y eficiente, con toda clase de lujos, fiestas y dispendios. A pesar del carácter escurridizo de la banda, no siempre lograban escapar, tal y como le sucedió a Alice Diamond, que tras un atraco mal planificado, acabó en la cárcel, siendo sustituida por Lilian Rose Kendall, conocida como "Bobbed Haired Bandit".
Todo tiene su final, y la banda de las 40 ladrones acabó mal la noche del 20 de diciembre de 1925, cuando festejaban probablemente algún exitoso atraco en el Canterbury Social Club, fueron detenidas en una redada policial, no sin resistirse durante varias horas en una explosión de violencia, entre botellazos y armas blancas.
Descabezadas de líderes y con la mayor parte de sus miembros en prisión, las Forty Elephants fueron desapareciendo poco a poco de las calles de Londres, evaporándose entre la niebla y formando parte de una leyenda poco conocida pero fascinante e inigualable.